miércoles, 7 de julio de 2010

capitulo 1

No hace falta darle muchas vueltas a la cabeza, para que uno se dé cuenta, de que no siempre lo que queremos, es lo que necesitamos en realidad. Pero algunas veces la vida nos sorprende, no solo dándonos lo que hemos pedido, sino que además, en algunas ocasiones, nos concede el privilegio de que la realidad, supere a nuestros sueños.
Yo solo tenía, que en ese momento para mi no era poco, un techo bajo el que cobijarme, comida aunque no era la mejor, algo de ropa, un padre, una madre, y muchos hermanos, todos mayores que yo. Siempre tuve la esperanza de tener a alguien más pequeño del que cuidar y a quien enseñar, como queria que hiciesen mis hermanos mayores conmigo, pero nunca llegó. Más tarde comprendí, que aquello hubiera sido muy complicado, ya que en casa apenas cabíamos. Mis padres, mis hermanos y yo, hacíamos un total de diez personas, eso sin contar a las dos perritas, los dos gorriones y la paloma, que también formaban parte de la familia. A parte de eso, no tenía nada, ni ambición, ni sueños, ni juguetes. Solo mi familia y a mí con eso me bastaba. Por no tener no teníamos en ocasiones ni cuaderno para las tareas del colegio, y mi madre me decía:

- En la tapa del cuaderno, también se puede escribir, a si que, aprovéchala que eso es lo que tienes.

- Pero mamá, que luego la seño me riñe y me hace repetirlo de nuevo en otro cuaderno y las niñas de clase se ríen de mí.

Mi madre suspiraba bien hondo,
- Mira a ver si papá está durmiendo y le coges dinero de la cartera sin que se entere.

Mi padre siempre dejaba su cartera con un peine dentro, y poco dinero en un hueco del mueble de salón, junto al tabaco, justo al lado de donde estaba colocado su sillón favorito, en el que le gustaba echarse una buena siesta. Normal, ya que después de una jornada de trabajo en un andamio, un par de horas en la taberna bebiendo vino y comerse un buen plato de esos suculentos guisos de mi madre, cualquiera se queda dormido. Eso sí, cuando llegó a casa el televisor con mando a distancia, que nadie se lo quitara de la mano. Lo agarraba bien fuerte, como si fuera su propia vida la que estaba sujetando.

No tenia buena suerte en lo de hurgar en la cartera de mi padre. Primero había que comprobar si realmente estaba durmiendo, acercándose uno, poco a poco para comprobar que el ojo lo tenía cerrado. Si, habéis entendido bien, el ojo, ya que mi padre solo tenía uno. El otro ojo, el que teníamos mas a la vista era de cristal y siempre se le quedaba abierto. Siempre se despertaba en el momento en que mi pequeño cuerpo hacia sombra sobre el suyo.

- ¿Que quieres niña? No me cambies la tele que la estoy viendo.

- No, nada.

Y me alejaba con la cabeza agachada.
- Mamá, papa se ha despertado y no he podido cogerlo.

- A ver si mañana me sobra algo y te lo compro. O pregúntale a tus hermanas si tienen un cuaderno que no les sirva.

- Vale.
Como si eso fuera posible.

Al día siguiente rezaba para que la profesora no recogiera los cuadernos para corregir las tareas, y que como otras veces, solo nos pidiera que las dijéramos en voz alta o las hiciéramos en la pizarra. Y nunca tenía suerte. Algunas veces nos pedía que hiciéramos un dibujo en la parte sobrante de la página del cuaderno que había quedado tras terminar las tareas de ese día. Y me preguntaba cuantos cuadernos de sobra debía de tener mi profesora en casa para poder permitirse ese lujo. A sí que otro día más, me tocaba pasar la vergüenza de decirle a mi profesora que había olvidado el cuaderno en casa, las sonrisas burlonas de mis compañeras de clase, y como no, escribir en la pizarra cien veces, “no volveré a dejarme el cuaderno en casa”.

Podría decir, que el recuerdo que me ha quedado del colegio no es precisamente muy alentador. Al principio me parecía algo muy estimulante, hasta que empezaron castigos no merecidos.

Era una niña más bien callada, pero con muchas inquietudes y ganas de aprender. Aunque en la guardería no te enseñan mucho, ya sabía leer, escribir y hacer sumas y restas gracias a la paciencia de mi hermana, eso sí, debido a que era zurda, tenía un pequeño problema que tuve que corregir rápidamente. Escribía y leía al revés, como muchos otros niños zurdos, como si estuviera reflejado en el espejo. Mi padre por más que insistía en cambiarme el lápiz de mano, y me obligara a comer como el resto de la familia, con la cuchara en la mano derecha, para no molestar el ritmo del resto de los comensales con el codo, no lo consiguió.

Con lo feliz que era yo en la guardería, con mi profesora que me adoraba y me cuidaba con tanto cariño. Me enseñaba canciones, que luego me hacia cantar en las fiestas, y siempre me elogiaba por mi gran imaginación y habilidades musicales y plásticas. Todo eso cambio cuando llegue al colegio.

Cuando tenía cinco años, mi hermano que tocaba muy bien la guitarra, me escucho cantar unos tangos, que solía poner en casa muchas veces, y descubrió en mí, según él, un talento especial para cantar, entre otros talentos. Así que, me toco pasar algunas horas estudiando la canción de los pajarillos una y otra vez, hasta que a su parecer, estuvo perfecta. Al año siguiente, me presentó a un concurso infantil de la canción que se celebraba en el teatro de mi colegio. Todavía recuerdo esa sensación, cuando termine de cantar y vi todo el teatro de pie aplaudiendo efusivamente y pidiendo que me dieran el primer premio. Por su puesto no me lo dieron. Ni el segundo ni el tercero, ya que todos los trofeos estaban adjudicados antes de que empezara el concurso.

- Todo el mundo se ha quejado. Y por cierto, la directora del colegio me ha preguntado que en que colegio estaba esa niña y yo le he contestado, esa niña es mi hija y está en su colegio.

Mi madre apesadumbrada, me tocaba la cabeza con cariño y añadía:
- Podían haberte dado al menos una bolsa de caramelos como consolación, que el premio era tuyo.

Me descalificaron para no dármelo, y que la gente no siguiera reclamando con abucheos que me dieran el premio a mi. Alegaron que la canción no era infantil. Que gracia, entonces para que la habían admitido semanas antes en su minuciosa selección de canciones?. Vieron como ganadora a una niña que cantaba de guerras, tristeza y sufrimiento, y yo que lo hacía sobre dos gorriones que se casaban en una rama de almendro, fui descalificada.

Mas tarde recibí mi recompensa, aunque mejor hubiera sido que no. La directora me escogió como solista del coro del colegio, lo que supuso malas miradas y la envidia de casi toda mi clase y en particular, la de dos hermanas mellizas, hijas de un profesor de otro colegio. Si yo recibía un premio en un concurso de dibujo, al día siguiente me esperaba una tremenda paliza. Si ganábamos un concurso de la canción con el coro del colegio y yo era la solista, otra paliza. Si sacaba mas nota que ellas en alguna actividad escolar, paliza. Si ganaba una medalla en algún deporte, paliza. Y no les bastaba con eso, también intentaban ridiculizarme diciendo que no lo había hecho yo, si no mi hermana. También estaba en el equipo de baloncesto, y era raro el día que no llegaba con un dedo entablillado por algún balonazo más fuerte de lo normal. Como podréis comprobar, dejo de entusiasmarme eso de ir al colegio. Por si fuera poco, además, la profesora me acusaba de que yo no hacia la caligrafía, si no alguna de mis hermanas, porque le parecía imposible que la hiciera tan bien y luego en el cuaderno no tanto. Yo le veía su lógica, aunque ella no. Lo que ocurría era que la caligrafía se hacía sobre hoja de cuadros, por lo que tenía muchas líneas para guiarme, y el cuaderno era de rallas que no tenía tantas guías para escribir tan derecho e igualado. Tanto era su empeño de que yo no lo hacía, aunque mi hermana se lo jurara a regañadientes, que un día me puso en clase castigada para comprobar si eso era verdad y no tuvo más remedio que darle a mi hermana la razón, cosa que no le hizo ninguna gracia.